Su visita a Barcelona ha convocado a varios centenares de personas. Es destacable lo variopinto de la multitud. En un concierto de post-metal, uno tiene oportunidad de codearse con todo tipo de tribus urbanas: metaleros de todos los subgéneros, amantes del hardcore, modernos, personajes indefinidos e incondicionales del grupo por igual. Tratándose de un estilo tan novedoso y ecléctico, es normal que atraiga a individuos de todas las especies. La polémica está servida. Por lo que a mí respecta, sólo he venido a escuchar música. Y a colocarme con ella.
Abren los locales Vortice, de quienes he leído muy buenas críticas. Enseguida se hace evidente que su registro queda enmarcado dentro del susodicho género post-metal – valga lo ambiguo de mi definición –. Practican una música visceral y pesada, aunque muy técnica y compleja rítmicamente. Dicen sonar como un “muro de hormigón”, lo cual resulta bastante apropiado. Los anfitriones tienen presencia escénica y saben moverse, acompañando los potentes graves con cadenciosos movimientos. Llama mi atención el buen hacer del batería Llubet y la camiseta blanca de Foscor que luce el bajista Álex.
Cuando el promotor les anuncia que deben tocar su último tema, una breve confusión provoca que tengan que detener el tema y volver a empezar, incidente del que salen airosos con bastante naturalidad. Finalizan un directo breve – por exigencias del guión – pero intenso. Con todo, una buena introducción para la que se nos viene encima.
Cult of Luna no se hacen esperar. Aparecen silenciosamente sobre el escenario, al amparo de una mortecina luz roja. Parecen almas en pena. Sus rostros inexpresivos, su complexión delgada, su aspecto desangelado aunque impregnado de una decadente elegancia. Tres golpes de hi-hat anuncian el inicio del ritual. La lúgubre “And with her came the Birds” asienta el tono de la velada. Sobria, emotiva y fúnebre, empieza a sumirme en el trance que he venido a buscar.
Me sacan de mi ensoñación los vibrantes acordes de “Owlwood”, uno de los estandartes de su último trabajo. Aquí tenemos ya a Cult of Luna en estado puro. Acordes potentes como trombas de agua que generan atmósferas oníricas y envolventes, desarrolladas a través de fluidos contrastes rítmicos. Un ambiente pesado y tenebroso, acentuado por una escasa iluminación y opresivos contraluces. Y una voz desgarrada, monótona como un siniestro mantra, a la que casi todos los músicos contribuyen. Pronto estoy lejos de mi cuerpo, soñando despierto.
El sonido es fantástico. Teniendo en cuento que hay siete músicos – ¡tres guitarras! – sobre el escenario y que cuatro de ellos cantan, la mezcla no debe resultar precisamente fácil. Los múltiples efectos que pueden oírse en estudio son reproducidos en directo con precisión, aunque dejando un cierto margen de improvisación, lo que le confiere todavía más autenticidad al espectáculo. En algún momento detectaré un muy puntual error en la ejecución, pero conseguiré ignorarlo por la impasibilidad de los intérpretes y mi alterado estado de conciencia.
A partir de aquí resultaría absurdo describir el concierto como una sucesión de temas, ya que los suecos no conceden ni un respiro. Las canciones se entrelazan con toda naturalidad, haciendo casi imposible notar dónde acaba una y empieza la siguiente. Su encantamiento depende de que la música no deje de sonar en ningún momento. No se dirigen al público si no es a través del sonido. No presentan los temas. No agradecen los aplausos. Y sobretodo, nunca sonríen. Pero ello no es producto de la descortesía, sino de una cuidada actitud escénica. Y con esto no quiero decir que resulten mecánicos ni estáticos, todo lo contrario. Los músicos gritan, tropiezan, se tambalean y vibran. Son como autómatas accionados por el ritmo que ellos mismos generan. Y el público los sigue.
La selección de temas es magnífica, aunque para disgusto de sus más antiguos seguidores, se reduce a sus tres últimos trabajos, “Salvation”, “Somewhere along the Highway” y “Owlwood”. A mí me parece fantástico, ya que es en éstos donde el grupo ha encontrado su verdadera personalidad. La variedad de estados de ánimo que la música evoca es rica y equilibrada. Las canciones escogidas son lo suficientemente complejas como para no resultar aburridas. Pero lo suficientemente repetitivas como para no despertarnos de nuestro ensueño.
Mientras suena “Österbotten” – una breve pieza electrónica –, los músicos se conceden un respiro y desparecen en el backstage. Regresan rápidamente, como siempre sin mediar palabra, para acometer una recta final de treinta minutos. “Finland” y ”Echoes” nos arrastran como la marea, y temo que el fin del viaje está próximo… “Ghost Trail” se desencadena tímidamente para acabar con un crescendo abrupto y brutal, cuyo objetivo es devolvernos a la realidad. Cult of Luna no se despiden. Sólo se van.Las luces se encienden y poco a poco voy despertando. Aturdido, abandono la sala, no sin antes detenerme en la parada de merchandising. Allí están los propios músicos, que no son unos maleducados antisociales sino unos buenos actores, sonriendo y agradeciendo a los asistentes su presencia esta noche. No suelo comprarme camisetas en los conciertos a los que asisto. Hoy sí.
Texto y fotos: Rider G Omega
Crónica en colaboración con Empire Magazine
Setlist Cult of Luna – Marzo’09 @Barcelona:
And with her came the Birds
Owlwood
Following Betulas
Dim
Adrift
Eternal Kingdom
Leave Me Here
Österbotten
Finland
Echoes
Ghost Trail