Tenía que llegar el día. Cualquiera que hubiera merodeado por la sala alguna vez y hubiera hablado con Antonio o Sandro, los socios y amigos que regentan Rocksound, sabía que el edificio de la sala estaba afectado por un plan urbanístico que se ejecutaría tarde o temprano.
Por desgracia, ese momento ha llegado y Barcelona se queda un poco más huérfana de rock and roll (si es que eso era posible) y me atrevo a decir que el planeta Tierra pierde un bastión irreductible donde se amaba al rock por encima de todas las cosas.
La cantidad y calidad de los nombres nacionales e internacionales que han pasado por el pequeño pero acogedor escenario de la sala de la calle Almogavers, sí, la que queda justo al lado de la mastodóntica Razzmatazz, quita el hipo.
El propio Antonio me había comentado alguna vez, mientras esperaba en la prueba de sonido de alguna de las bandas que tocaban en la sala para la promotora Red Sun que lleva mi hermano Marc, cómo algunos ilustres nombres (que ahora se me escapan, me perdonarán) de la escena country norteamericana pedían expresamente a sus mánagers tocar en la "legendaria Rocksound de Barcelona, si no, en esa ciudad no tocaban". A esas cotas llegó el estatus de la sala entre los músicos underground del planeta, que se contaban de boca a boca el secreto mejor guardado de la nuestra querida ciudad.
Y ahora nos quedamos sin ello.
La sala abrió en junio de 2008 con Antonio y Xavi Rivases al frente. Más tarde, Sandro tomaría el lugar del segundo y la sala se convirtió en una auténtica referencia en el circuito rockero nacional y europeo en sus 12 años de existencia, que hace pocos meses estuvimos celebrando con conciertos online debido a la pandemia mundial, que también ha causado estragos en Rocksound y otras salas de todo el mundo. Así que el día 4 de Octubre, Rocksound se verá obligada a bajar su persiana de la IPA Punk por última vez.
Los neoyorquinos Super 400 fueron los primeros en pisar el diminuto escenario que alcanzaría cotas legendarias y que promediaría unos 200 conciertos al año. Echen las cuentas.
Lo que más me gustaba de Rocksound es que no hacía distinciones. Aquí tocaba quien quisiera pero, eh, QUE SEA ROCK. Country, metal, punk, hardcore, blues, stoner, hard rock, doom, rockabilly… Nombra cualquier subgénero de música guitarrera y seguro que ha tenido su momento de gloria en Rocksound.
Como para mucha gente, la sala Rocksound se convirtió para mí en un lugar muy especial. Casi siempre he estado metido en algún proyectito musical para creerme una rock star durante unos minutos aunque sea, y Rocksound era la única sala de la ciudad asequible para que pequeñas bandas locales como en las que yo estaba se pudieran permitir tocar en un escenario de verdad.
Muchos dirán que a Rocksound le faltaba potencia y claridad de sonido, que le faltaba un escenario de verdad donde se pudiera ver a los músicos más allá de la tercera fila (el escenario medía literalmente un palmo de alto)… pero era nuestro escenario, y cualquier banda rockera de Barcelona que se precie tiene que haber pisado escenario al menos una vez y me considero afortunado de haber podido ser su inquilino temporal casi una docena de veces.
Mucha gente también se quejaba de la luz del escenario. Ay, la luz de Rocksound. Os voy a contar una historia.
Por alguna razón que desconozco, un buen día me dio por empezar a hacer fotos de conciertos. Era algo que me picaba mucho el gusanillo desde hacía tiempo y que no había hecho jamás. Como ya he comentado, mi hermano Marc empezó a montar bolos en la sala y yo me ofrecí a hacerle fotos para que luego las pudiera compartir por redes sociales y esas cosas que se hacen. Era la manera que tenía de poder hacer fotos de conciertos de verdad, ya que conseguir un pase de fotos para sitios más grandes era poco menos que una utopía.
En poco tiempo me vi yendo a Rocksound a hacer fotos a decenas de bandas en un escenario pequeño y con una iluminación que suponía un reto constante. Pero el tener a las bandas a un palmo de mis narices y el querer sacar buenas fotos me ayudó a aprender cada día un poco más sobre el arte de hacer fotos en condiciones extremas de poca luz y un sujeto en (normalmente jaja) movimiento constante. Todavía me queda mucho por aprender y cada día lo hago un poco mejor, pero esos conciertos que hice en Rocksound me hicieron como fotógrafo, y aún sigue siendo mi lugar favorito para fotografiar a bandas haciendo lo que hacen. Y me jode un huevo no poder hacerlo más.
En Rocksound se han vivido incontables noches mágicas. Por supuesto, los únicos que podrían hacer un ranking de verdad serían Antonio y Sandro, porque ellos se tragaron la mayoría de los bolos que han tenido lugar en la sala. Yo solo he visto una pequeña parte de los miles de conciertos que se han celebrado en Rocksound, pero también he vivido cosas que nunca olvidaré.
Y es que, ¿cómo olvidar el primer concierto de La Chinga en esa sala? Nos quedamos todos flipados ante la energía del trio canadiense, ¿o no, Antonio? ¿Qué decir de las veces que Greenleaf pisaron ese escenario sacro? Nos volaron a todos la cabeza y nos dejaron sin habla cada puta vez y ellos bajaban del escenario con una sonrisa en sus caras y el bueno de Tommi diciéndome: "Edko, tío, en ‘Bound to be Machines’ he oido al público hacer la respuesta del estribillo y se me ha puesto la carne de gallina. ¡Nunca me había pasado antes!". ¿Os acordáis de Längfinger? Una banda que nadie conocía de nada y que violaron ese escenario y lo pusieron patas arriba con la gente perdiendo las formas en el tramo final del concierto. ¿Y qué me contáis de Sasquatch? Una banda que convertía la sala en una auténtica fiesta cada vez que tocaban ahí y que amaban tanto Barcelona y la sala que pusieron una foto (sí, de un servidor, toma spam) tomada en uno de sus concierto allí para la contraportada de su disco "Maneuvers".
Ha habido otros momentos memorables en esa sala: la primera vez que vimos a Powder for Pigeons con Rhys llevado en volandas por el público, Mars Red Sky y sus proyecciones bizarras, Vodun y su espectáculo con congas y fuego que nos abrasó en una calurosa noche de verano, la apisonadora The Midnight Ghost Train, la dulzura de la voz de Tift Merritt, la tormenta de riffs de Mothership, la clase injustamente ignorada de Bright Curse, el fiestón de Honeymoon Disease, los sonidos del desierto de unas leyendas como son Yawning Man… Por supuesto, también hubo momentos de chasco y como prefiero olvidarlos solo recordaré el agridulce paso por la sala de Casablanca, una banda que estaba destinada al megaestrellato y lo echó todo a perder. Su oportunidad en Rocksound fue para olvidar.
Y eso solo son los momentos que he vivido yo. Estoy seguro de que ha habido centenares de noches que Antonio, Sandro, Micky (¡ese Micky!) y compañía no podrán olvidar. Y todo gracias a ellos. Todo gracias a unos entrañables pirados locos por el rock que pensaron que sería una buena idea abrir una sala de conciertos de rock en la ciudad menos rockera del planeta. Dios les bendiga.
¡Long Live Rocksound!
Edko Fuzz