A modo de introducción en la que es mi primera “crítica” musical quería dejar claro que soy un poco raro en lo que respecta a la música: soy una persona completamente incapaz de hacer otra cosa (salvo tocar música) mientras estoy escuchando música.
William Gutiérrez
Incluso cuando realizo tareas repetitivas prefiero el silencio a esa invasión completa de mi mente que supone la música: haga lo que haga, tan pronto como empieza a sonar música, mi cabeza se va a ella. Es así, es algo que me pasa. Todo esto ha diezmado las posibilidades de aumentar mis pobres conocimientos discográficos: necesito mucho tiempo para escuchar algo.
Dicho esto, es fácil imaginar que, a salvo de cosas que hayan llamado poderosamente mi atención, no presto mucha a conocer a las personas involucradas en la producción de un álbum, en su grabación siquiera, año de publicación ni casa discográfica… Tampoco suelo dedicar un segundo a saber qué orden ocupa el disco en la carrera del autor (ni siquiera si se trata de un recopilatorio). Todos mis conocimientos en este sentido se deben a conversaciones, anécdotas o a libros de otros autores que han ido cayendo en mis manos.
No leo los créditos de los discos a salvo de tenerlo en la mano sin poder escucharlo. La verdad es que me da igual cuándo se grabó Into The Great Wide Open, cuántas copias lleva vendidas (2 platinos solo en USA) o quién fue el productor (aunque en este caso salte alarmantemente al oído que es Jeff Lynne quien se ocupa de hacer trizas toda la naturalidad de cada instrumento), pero el hecho es que es uno de mis favoritos y un álbum muy destacable por motivos que me parecen de peso: En primer lugar la comentada producción: un trabajo que puede convertir la escucha en algo maravilloso o infernal.
En el caso que nos ocupa la producción es 100% Jeff Lynne, no cabe duda: los armónicos de los instrumentos desaparecen, los arreglos son simples, las reverberaciones exageradas, los sonidos de cada instrumento peculiares -cuando menos-, y las voces, teclados y guitarras se sitúan en un poderoso primer plano. Es una producción extraña la que practica este hombre, y personalmente me haría lanzar el disco por la ventanilla si no fuese porque Jeff es capaz de hacer que toda esa amalgama de rarezas resulte casi perfectamente equilibrada.
La compresión justa en el master, imagino, y una ecualización de cinco estrellas hacen que las canciones se posen suavemente una en otra pese a ser tan variadas en ritmos y sonidos. En segundo lugar, las melodías: en mi opinión todas las melodías en este disco son más que notables.Puedes pasar el disco entero por tus oídos sin darte cuenta, y en un par de escuchas estarás tarareando una buena cantidad de ellas. Eso no pasa mucho y delata que estamos ante algo muy destacado y poco comparable. Es un disco que no morirá con el tiempo y eso merece un rato de atención. En tercer y último lugar, las letras: son cercanas, francas pero muy poéticas al mismo tiempo.
Es un trabajo sagaz y muy complicado. Creo que Tom Petty es una gran intérprete y comunicador, y también un gran escritor. El conjunto de todas estas peculiaridades convierte a este álbum en uno de mis favoritos, aunque está claro que eso no es lo más importante de un disco. Pero en fin: sí sirve para que lo recomiende al cien por cien.
Como anécdota aparte de lo musical, recomiendo encarecidamente también ver el vídeo homónimo, dirigido por el fenómeno del vídeo musical Julien Temple, y en el que se puede ver a un jovencísimo Matt Leblanc, a Gabrielle Anwar, un camaleónico Petty, ¡a Faye Dunaway! o al siempre increíble Johnny Deep. Los vídeos de esta gente son pequeñas películas en las que salen a relucir nuevas y viejas glorias: es un espectáculo. Dadle una oportunidad y comentad qué os parece.
William Gutiérrez